martes, 16 de diciembre de 2008

El río es un tiempo II



- Me asusta el tiempo - me decís -, la rapidez
con la que crece el pasto y se secan un día los jazmines.

De afuera vienen
los sonidos matutinos, voces que crecen y decrecen
tras el concierto de los pájaros cantores.
Cada vez es igual, excepto cuando llueve
y el silencio es el golpe del agua en los cristales
o el oscilante viento que nos lleva con él
para traernos
y ser las marionetas que descansan
aliviadas en la idea de que algo
gobierna el movimiento. No abandonar el barco
sino su conducción, como las aves o como la membrana
de la cresta
cuando explota en el mar y se diluye
en montones de espuma. Te abrazo, entonces,
no sé lo que sentís,
pero lo siento: está grabado en la memoria de tu piel
el momento en que nos encontramos,
ése que, nuevo,
brilló por su textura, su apariencia,
la forma sorpresiva del amor y proyectó
su sombra hacia un futuro
con mínimas variantes del presente ¿Pero en qué instante
terminan los comienzos? ¿cómo, de pronto,
la vida es otra vida y emerge
una brizna de hierba
en lugar de la nada que había antes?
Es cierto, el tiempo
asusta fuera nuestro, como las voces
que crecen y decrecen detrás de la ventana.
Yo sé lo que sentís: también fue mío
antes que lo dijeras: - Me sigue, a veces,
una especie de orfandad.

¿Cómo calmarte? Te aprieto contra mí, y el eje de las cosas
manfiesta su ley; tu corazón
se aquieta. De golpe, desde el parque
llegan las risas de unas nenas jugando en las hamacas.
Un empujón y las piernas que se elevan,
sus gritos espasmódicos festejando en la altura, la destreza,
el improbable peligro de caer.

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