martes, 14 de abril de 2009

Constante


Al mar llegué como a una huella propia,
es decir, retorné,
como los que regresan a la vida
habiendo sido un pez,
el perlado coral del arrecife,
o una estrella ondulante y simétrica.
No sé qué fui - si fui -, pero confío
en el retorno del gigante
movimiento
donde fluye y se atasca lo minúsculo.
Siento paz en el mar, y escucho su oleaje
como si fuera música. Voy
aprendiendo de él,
igual que hubiera aprendido de la anciana
aferrada a su silla como una enredadera
a una pared, mientras se hacía testigo
del constante morir y renacer
del jardín de nuestra casa.
También conmigo aquél
jardín circular fue generoso,
pero mi juventud en algunos momentos
era una cripta dolida, indiferente,
similar a las otras.
No importa, pienso ahora,
las cosas a su tiempo. Eso lo dice el mar,
con su ir y venir
metódico, distinto cada vez,
la exacta rítmica de su corazón
latiendo desde abajo
entre granos de arena vueltos piedra.
En sus oscuridades
brotan los minerales de donde el pez se nutre,
se deshace y se nutre, y vuelve a deshacerse
llevado finalmente por la espuma
al azar de una orilla que repite
como un milagro, su empuje luminoso.

2 comentarios:

Paula Aramburu dijo...

bellísmo, paula.
me encanta lo que estás escribiendo.
un abrazo.

la niña verde dijo...

precioso.