viernes, 24 de abril de 2009

Tauro


Lo vi pastar al toro entre los árboles,
tan gruesos y pesados
los troncos como él, en medio del sutil
panorama de flores y de frutos
en la mezcla perfecta que varía
densidad y tamaño.
Bajo el sol, que es liviano
como una mariposa
el animal agacha su cabeza y mira
el camino perfecto de la hierba
diseminada por el campo.
Ecuánimes
las tipas tensan el mismo aire
que entre ellas se junta
como una emanación divina
que lentamente el animal traspasa.
La cortina es de luz, pero es pesada
como la historia
de este mundo. Y los cuernos
enganchan esa tela
que cae sobre la tierra y la desgajan
para pasar por ella
igual que si pasara por un túnel
o un puente que junta eras,
dimensiones distintas.
Es que siempre avanzamos, dice
aún cuando clavamos
la vista sobre el césped
y no vemos más que algún recuerdo.
Vamos hacia delante como un chorro
de agua que cae de las alturas
y se vuelve
pequeñísimas estacas de madera
golpeando una tras otra.
Estoy para decir, aclara, que soy
el que cambió,
el que ya no será eso que es
y que mi peso
cabrá en tu palma un día,
en los caminos agrietados de tu piel
el impalpable polvo de mi cuerpo.
Y otra vez baja su mirada y pasta
el verde alimento de la vida,
la savia que incorpora y que se hace
en él
un manto negro, una oscura montaña
apenas movediza. Y levanta sus ojos para ver
la caída del sol
tras el paisaje, y el parpadeo
de la continuidad.

No hay comentarios: