martes, 4 de agosto de 2009

Un poema




Praia dos indios



El tiempo parece detenerse
porque la luz es plena,
las sombras no se alargan,
y el mar
se ha retraído esta mañana
y permanece ahí,
lejos de todo.
Ni un ápice de viento
sacude las palmeras.
Abajo, entre la costa
y las hamacas
un vendedor camina,
el blanco pantalón arremangado
descubre sus pies gruesos.
No hay clientes aún.
Duermen o desayunan
en hoteles ruidosos.
El vendedor
pisa la arena ardiente
y agita con su andar un monedero.
No se escucha otra cosa
en este balneario, porque el mar
que en otras costas ruge
acá es silente,
planchado como un lago.
Entro en él. Quisiera
llegar donde una barca que ancló ayer
se balancea
y reverbera en el agua cristalina.
Detrás, avanza un botecito
con niños pescadores.
Uno de ellos,
igual que si danzara,
mueve sus brazos flacos
y de sus manos caen
los hilos de una red.
Podría, indefinidamente,
mirarlo en la secuencia de su baile,
la tanza plateada
que bajo el sol va y viene.
Pero nado,
nado plácidamente,
demorada en el círculo que trazan mis brazadas.
Nado por la esmeralda
que otorga la mañana en la bahía
y discurro también.

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